Cualquiera de nosotros ha hecho uso de un chicle en un momento determinado, sobre todo en la niñez o adolescencia, o incluso en la edad adulta cuando queremos «refrescar» nuestro aliento.
Existen pros y contras:
A favor podríamos decir que mejor utilizar un chicle después de las comidas (siempre que no se disponga de un cepillo dental) antes que no usar nada, siempre recalcando que la acción correcta sería la del cepillado dental con un dentífrico específico. Al masticar chicle se produce un exceso de saliva que sirve como neutralizante de los ácidos que se forman en la boca tras la ingesta de los alimentos. Por descontado estamos hablando de un chicle sin azúcar, ya que sino el efecto sería el contrario, un incremento de azúcares en la saliva (a «deshoras») con en consiguiente riesgo de formación de caries.
Cuando el hábito de masticar chicle se convierte en una adicción e incluso se produce de forma compulsiva pueden haber desgastes en la ATM (la articulación temporomandibular), cuyos daños son irreversibles. Ojo con los pacientes que son bruxistas (apretadores dentales).
También es importante conocer que en muchas ocasiones el uso habitual del chicle produce desgastes dentarios con la consiguiente aparición de sensibilidad dental, también irreversible en los casos más extremos.